Informe Especial |

Edición #95 |

La necesidad de espacios sociales y al aire libre, ya sean públicos o privados, que se evidenció a partir de la pandemia puso en evidencia un concepto que ya se venía gestando y que resalta la importancia de integrar el contexto, los hábitos y las características de las ciudades y sus habitantes desde el inicio de la planificación.

gentileza de los entrevistados

El paisajismo ya no es esa disciplina que solo “pone plantas”. Esta afirmación, quizás, debería leerse al final de este artículo como conclusión. Sin embargo, luego de escuchar a los cinco entrevistados para este informe, me inspira colocarla al inicio porque, sin dudas, estamos ante un cambio de paradigma.

Emiliano Salvadeo –licenciado en Planificación y Diseño del Paisaje y director de Espacios Verdes del municipio de Esteban Echeverría–, Diana Estevez –bióloga paisajista, titular del Estudio Diseño del Paisaje–, Ignacio Fleurquin –licenciado en Planificación y Diseño del Paisaje y uno de los fundadores de Bulla–, Roberto Converti –arquitecto, decano de la Facultad de Arquitectura y Diseño en la UADE y director de Oficina Urbana– y Juan Miceli –técnico en Producción Agropecuaria y Paisajista–coinciden en que ya no debemos hablar de paisajismo sino de diseño del paisaje.

Desde su mirada urbanística, Converti asegura que “el tema del paisaje no es aislado sino que pertenece al campo de la planificación en el proyecto integral. El paisajismo no es una cualidad que uno agrega al proyecto sino que es la clave y el carácter de este. La condición de un paisaje no debe ser vista simplemente como una cuestión de arbolado o un espacio de áreas verdes; es un lugar que incorpora usos, características de qué tipo de edificios ocuparán este territorio y constituirán un paisaje acomodado a las condiciones de la geografía y la naturaleza del lugar”.

Así como, a principios del siglo XX, los primeros paisajistas –Carlos Thays o Benito Carrasco– marcaron la impronta verde de las ciudades con grandes parques, como los bosques de Palermo y el Independencia o la Costanera Sur, Ignacio Fleurquin recuerda que eran “concebidos para la época como un fenómeno de experimentación botánica y social, observando qué especies exóticas se podían introducir. Hoy el paisaje urbano propone repensar la ciudad desde la planificación y el diseño”. En este sentido. Diana Estévez coincide en que debemos ver al paisaje como “el resultado de la interacción de naturaleza y cultura, y la mirada que sobre esto se tiene”, considerando los cambios que la sociedad va viviendo.

De esta forma, la planificación de los espacios verdes debe ser una actividad multi e interdisciplinaria que contemple una mirada integral.

Lo social, protagonista del espacio público

Este cambio de paradigma se observa fuertemente en el desarrollo de los espacios verdes urbanos, donde se comienza a hablar de “infraestructura verde”, considerando la ciudad como “un ecosistema en el cual existen flujos de energía, información e interacciones donde los espacios se encuentran interconectados”, afirma Emiliano Salvadeo. Ya no se ve al “paisajismo” como el embellecimiento y la puesta en valor a partir del uso de vegetación como elemento principal, de espacios ya diseñados o ejecutados, sino que “se incorpora una visión holística y transversal al proceso creativo de gestionar los espacios verdes públicos de manera adecuada, como espacios inclusivos donde se ejerce ciudadanía y que nos interpelan a cada momento ya que reflejan nuestros valores como sociedad”. Como dice Fleurquin, “el espacio público no siempre tiene que ser un espacio de reserva o verde; en algunos lugares lo que necesitamos son espacios sociales de encuentro y quizás lo mejor para ello sean las plazas secas”.

El modo de pensar el urbanismo integrado a la ciudad y a las características del paisaje “crea condiciones atractivas para la ciudad”, dice Converti, cuyo estudio desarrolló en la localidad de Malvinas Argentinas un proyecto de 16 hectáreas donde la determinación del paisaje ordena la totalidad de las calles interiores, peatonales, acompañadas por un arbolado y paseos verdes; y actualmente está realizando en Bolivia 17 kilómetros de extensión del parque lineal que une la ciudad de La Paz con el Alto, “un proyecto integral que crea a través de la geografía un recorrido extenso donde se unen distintas comunidades”.

El arquitecto aclara que “se deben respetar las características de cada lugar, no inventar lagunas o playas donde no las hay; hay que entender que el espacio público es un espacio de valor”. Un ejemplo de ello es la plaza diseñada por Juan Miceli en la ciudad de Necochea, provincia de Buenos Aires, “pensada en función del uso del lugar y según qué edificios y espacios rodeaban la plazoleta”. De esta forma, convirtió un lugar en desuso en un espacio público con recorrido para bicicletas y sendas peatonales, plantación nativa del sur de la provincia de Buenos Aires (gramíneas que con el viento se mueven como las olas de Necochea) y un sector en el centro que funciona como aula abierta (si bien fue originalmente ideado por encontrarse frente a dos colegios, resultó de gran utilidad durante la pandemia).

Más verde en espacios privados

Sean pocos o muchos metros cuadrados, se trate de un balcón, una terraza o un cómodo parque, el espacio exterior de una casa ya no pasa desapercibido. Como parte de un todo, “se trabaja con las cualidades escénicas del lugar, se investiga todo lo necesario para entender lo que se encuentra en la actualidad como resultado de un devenir histórico que puede aportar datos para poner en valor la identidad del sitio, acoplando luego la intención y los conceptos actuales”, explica Diana y agrega que “se está trabajando muchísimo en lo que llamamos ‘diseño participativo del paisaje’, donde se genera un espacio en el cual la gente se siente parte; así es más fácil que se integren a estos nuevos paisajes, los valoren, los disfruten y los cuiden. En estos procesos de diseño, el paisajista toma contacto con lo intangible, con el sentimiento y las necesidades de la gente que lo va a vivir”. Recuerda que en 2019 realizaron la transformación de un edificio completo en un geriátrico: “Planteamos un jardín posterior como una plaza, con huerta y un camino en herradura, varias terrazas muy verdes y el subsuelo con paredes altas vestidas con jardines verticales igual de verdes que llevan la mirada hacia el cielo”.

En proyectos particulares, Juan Miceli –quien además escribe sobre paisajismo y medio ambiente en su web Viva la tierra– expresa que todavía “cuesta que la gente invierta en el verde, aunque diga que le gusta mucho; en Argentina aún no está incorporado el jardín como un ambiente más de la casa o de la vida de la familia”. En cambio, los grandes desarrollos inmobiliarios ya suman alternativas como techos verdes.

En Oficina Urbana, el arquitecto Converti cuenta que están realizando un proyecto de “edificios de baja altura donde las terrazas se transforman en lugares propios, con espacios compartidos y otros particularizados donde poder tener una huerta, un lugar de lectura, plantas o simplemente contemplar el cielo”.

Mirada sostenible

Está claro que, a esta altura del siglo XXI, pensar en el diseño del paisaje, tanto de un espacio púbico como privado, debería ser sinónimo de trabajar en modo sostenible. Pero, en la práctica, esta convivencia no siempre llega a concretarse. “La sustentabilidad es algo que todavía está en proceso, tendría que impactar más en el mercado. Deberíamos empezar a cuantificar en términos numéricos cuánto vale tener una porción de naturaleza en el edificio, pero todavía eso no está tan valorado. Se siguen ponderando mucho más los metros cuadrados interiores vendibles que el metro cuadrado de naturaleza ecosistémica que puede mejorar la vida no solo al usuario sino al resto de la ciudad y al ambiente”, dice el fundador de Bulla. Asimismo, Converti observa que la demanda empieza a exigir respuestas sustentables y los emprendedores, que antes lo tomaban como un costo adicional, están comenzando a ver su importancia. “La sustentabilidad hace a la eficiencia de los recursos de un producto que se puede ofrecer mejor en el mercado”.

A partir de su experiencia como director de Espacios Verdes del municipio de Esteban Echeverría y dueño de un estudio de diseño, Salvadeo detalla que “lo que hace a un proyecto sostenible (que es la sustentabilidad a largo plazo) es cumplir con el programa establecido con la menor inversión posible, tanto de energía (huella de carbono) como de recursos financieros”, y aclara que “no se debe confundir esta eficiencia con hacer cosas de baja calidad; se refiere a desarrollar proyectos viables económicamente (es decir, que se puedan hacer) y, más importante aún, que se puedan mantener”. Algunos recursos tecnológicos que permiten minimizar la huella de carbono son, por ejemplo, la utilización de sistemas de iluminación led, la telegestión de iluminación, el riego eficiente por variables ambientales, los pisos realizados con materiales reciclados, los jardines de lluvia, entre otros. “Parte fundamental de la sostenibilidad de un paisaje urbano es que este sea habitado, que tenga usuarios que lo utilicen y disfruten; los espacios verdes deben convertirse en una herramienta de cohesión social, que promueva identidad barrial y sentido de pertenencia”, destaca.

Para la bióloga y paisajista Diana Estévez, hablar de desarrollo sustentable “ya está quedando chico”. Se refiere a que “no alcanza con tener un desarrollo sustentable sino que ya se está hablando de desarrollo regenerativo”. Esto significa que no es suficiente pensar en una interacción que, en condiciones normales, se sostenga en el tiempo, porque los sistemas están tan al límite que se necesitan acciones sostenibles y que además aporten un alivio a la tensión reinante. Como ejemplo menciona el desarrollo de jardines de mariposas (que no son solo de mariposas). “Estos jardines promueven la diversidad y restauran zonas donde hay baja riqueza específica de insectos a causa de fumigaciones sistemáticas, entre otras. Ese sería un desarrollo restaurativo, se sostiene en el tiempo y restaura el ecosistema”.

Volver a lo nativo

Tener en cuenta las características del entorno y del terreno es una de las condiciones del diseño del paisaje actual. Es por ello que, al elegir qué plantar, las especies exóticas son reemplazadas por las nativas, “favoreciendo relaciones ecológicas y el desarrollo de proyectos sustentables”, asegura Salvadeo, y agrega que “la incorporación de reservas naturales dentro del sistema de áreas verdes es un recurso que muchos municipios van implementando a los fines de conservar la biodiversidad local”.

Para Emiliano Salvadeo, el uso de especies nativas es una herramienta muy potente. “Se suele decir que la vegetación nativa disminuye los costos de mantenimiento, ya que al ser “del lugar” puede sobrevivir en las condiciones ambientales reinantes, aunque esto es relativo ya que por lo general nos toca intervenir en ambientes altamente antropizados que poco conservan del ecosistema original; por ejemplo, las condiciones ambientales de una plaza céntrica de una localidad del conurbano bonaerense poco conservan de la llanura pampeana”. Pero valorar solo este aspecto de las plantas nativas, según su criterio, no es suficiente, “ya que también existen plantas exóticas que requieren escaso mantenimiento”. Por lo tanto, resalta que “las bondades de la vegetación nativa se potencian cuando se disponen de tal manera que se generan relaciones ecológicas entre ellas y la fauna asociada que enriquecen la biodiversidad de ese paisaje y aportan elementos al sistema de áreas verdes que se encuentra conectado, generando una sinergia altamente positiva. Además su uso promueve un sentido de identidad con nuestras raíces y nuestro paisaje original”.

Reflexionando sobre el tratamiento del paisaje que surge de estos nuevos paradigmas de emergencia, Estévez reconoce que hay “una gran revalorización de las comunidades vegetales propias de cada lugar y del ecosistema en su totalidad, considerando dentro del diseño los ciclos naturales intrínsecos. Se dio un paso más, ya no nos quedamos con el uso de plantas nativas simplemente, sino que se intenta poner en valor el ecosistema completo”. Esta nueva situación “exige al paisajista una mayor conciencia en los alcances de su intervención, un mayor conocimiento del impacto paisajístico y ecosistémico que se puede ocasionar por una mala praxis caprichosa y sin medir las consecuencias”.

El paisaje pospandemia

La pandemia por coronavirus, que afectó al mundo entero, puso en jaque muchas estructuras sociales. Entre ellas, el planteo sobre cómo y dónde queremos vivir. “Puso en la escena, por un lado, la crisis ambiental que origina la pandemia, a raíz de la manipulación de los ecosistemas originarios, y por otro lado, la salud; entendimos que el ecosistema empieza a ser parte de una cuestión de supervivencia y las personas pasan a estar en el centro de la escena en su relación con el ambiente”, reflexiona el directivo de Estudio Bulla.

El ASPO (Aislamiento Social Preventivo Obligatorio) llevó a los habitantes de las grandes ciudades a buscar migrar hacia zonas con más espacios verdes y a priorizar inmuebles con más metros cuadrados al aire libre. Es así como “la pandemia nos mostró que el balcón que antes se veía como un anexo hoy se convirtió en una necesidad. Si antes el metro cuadrado exterior costaba la tercera parte, creo que con la pandemia nos dimos cuenta de que valía casi lo mismo o más”, destaca. Aparece la necesidad de que esas áreas estén en consonancia con el ecosistema, y así proyecta que “las plantas que ponemos en una terraza podrían ser parte de un microparque ecológico que esté en sintonía con una reserva y que las especies puedan viajar desde la terraza de mi casa hasta, por ejemplo, la reserva de Costanera Sur como parte de un todo”.

El balcón ya no es visto como amenity o un valor excepcional, “hoy hay conciencia de que ese espacio debe estar. Empieza a ser un lugar deseado que se comienza a crear dentro de las necesidades del consumo”, analiza Converti y sentencia que “el vivir bien no es un valor agregado, es un valor necesario más allá de los metros cuadrados”. Por ese motivo, se debe reflexionar y dar respuesta a los problemas relacionados con los hábitos y costumbres de los ciudadanos. “Los paisajes sociales, comunitarios, de encuentro tienen que ver con ese paisaje renovado y atractivo que necesita una comunidad para lograr calidad de vida. Tienen que ser parte de una moderna creatividad y darle valor”.

En cuanto a los espacios públicos, quedó al descubierto “la escasez de oferta de espacios verdes de calidad que por lo general ofrecen las ciudades”, resalta Emiliano Salvadeo, para quien es primordial “el desarrollo de grandes áreas verdes, interconectadas y de alto valor ecológico dentro de las ciudades, que promuevan los vínculos sociales, generando áreas de calidad para el intercambio social”.

Para la titular del Estudio Diseño del Paisaje, “si hay algo interesante que trajo la pandemia en cuanto al paisaje urbano es la idea de que se dejaría de hablar de espacios verdes como zonas aisladas, para promover la renaturalización de la ciudad en su totalidad. Se empieza a pensar en una red de espacios verdes lineales o no, es decir que tanto en las calles como en las áreas libres se trabajaría maximizando el desarrollo del paisaje que emerja”. Asegura que “la tendencia es un retorno a la naturaleza. Surge la integración en toda su dimensión, lo transdisciplinario, ya que no hay ciudad saludable sin considerar su entorno, los ciclos de materia y energía. Las infraestructuras verdes adquieren valor, conviven y a veces se imponen a las infraestructuras grises. Las soluciones basadas en los ecosistemas son tomadas para el sistema ciudad”.

Desarrollar pensando en el paisaje

Entender el paisajismo como la disciplina que tiene como objetivo planificar, diseñar y modificar los elementos animados e inanimados, naturales o construidos por el hombre, de una porción de territorio para un fin determinado, implica “romper con el preconcepto de que el paisajismo es aquella disciplina ‘que pone plantas’”, asegura Emiliano Salvadeo.

Ya no se pueden pensar los espacios desde la arquitectura y luego ver cómo se embellecen y naturalizan con el paisajismo. En este cambio de paradigma, reconoce Ignacio Fleurquin, los desarrolladores “se dieron cuenta de que el diseño del paisaje ya no es una cuestión decorativa que llega al final del proyecto para ver qué plantas pongo. Ahora nos llaman para pensar el espacio, cómo ese espacio se integra a la arquitectura y muchas veces lo hacen desde el minuto cero, cuando recién compraron el terreno, lo que permite pensarnos integrados y ver dónde van las cocheras, dónde tengo suelo absorbente o parque sobre loza, cómo funciona la recirculación del agua en un edificio, si se puede tener un micro-humedal, entre otras cosas”. Con esta mirada integral, profundizada por un escenario pospandemia, sin dudas estamos ante una evolución que nos lleva del concepto de paisajismo al de diseño del paisaje.