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Edición #96 |
Dos arquitectos distintos pero complementarios
Con 20 años de sociedad en el estudio que lleva sus apellidos, Valeria del Puerto y Horacio Sardin comparten la filosofía de otorgarles a sus proyectos una visión humanista que permita deconstruir los conceptos de la arquitectura urbana tradicional.
Gentileza Del Puerto-Sardin, Albano García, Ana Garabedian, Ezequiel Bender, Jargalan Erdenebat, Rivardo Levinton, Daniel Fernández Harper y CPAU
Casi un yin y un yan. Ella trabajó en entidades de arquitectos, fue la última presidenta del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU) e integra el colectivo de mujeres Soy Arquitecta. Él es titular de las materias Arquitectura y Teoría de la Arquitectura de la FADU. A ella le interesa generar un aporte en la evolución de la profesión y los temas de género. Él es artista plástico y escribió tres libros. Ella lidera el hemisferio más racional y la faceta estratégica organizativa, mientras que él aporta el componente lúdico. Valeria del Puerto y Horacio Sardin son titulares, desde 2001, del estudio Del Puerto-Sardin Arquitectos y se definen como “muy distintos, pero felizmente complementarios”.
La historia comenzó cuando compartieron la formación en el Taller de Arquitectura de Miguel Ángel Roca en la FADU (UBA), quien los convocó a formar un grupo de trabajo para desarrollar concursos y proyectos. Allí comenzaron a transitar juntos el camino de la arquitectura y construyeron su primera obra, el edificio Coconor Fútbol en la Costanera Norte de Buenos Aires, sin saber (o quizás sí) que sería el inicio de una amistad de más de 30 años acompañada por una misma manera de concebir la profesión. “Creemos en un camino de investigación y de búsqueda de una arquitectura que amplíe su campo de acción, con la generación de un aporte a la comunidad, con el cuidado del medio ambiente, al mismo tiempo persiga una identidad desde la expresión. La arquitectura concebida como la suma de técnica y de arte, donde cada proyecto presente características propias según cada encargo, cada programa y cada localización, y que al mismo tiempo procure una identidad que articule a toda la producción”, expresa la arquitecta.
Desde su presentación en la página web del estudio aseguran concebir la disciplina como expresión y puesta en práctica de un manifiesto que cargue de significado sus discursos y proyectos desde una visión humanista, para que su arquitectura haga un aporte cultural a la sociedad. En palabras de Sardin: “El espíritu que articula nuestra producción refiere a la vocación de lograr un aporte positivo en el lugar donde se implantan nuestras obras; ya sea en la ciudad, revitalizando los degradados paisajes urbanos, o en territorios vírgenes, generando un diálogo profundo con los entornos naturales. Develar en cada sitio el espíritu del lugar, y así poder enraizar nuestros proyectos en cada región donde nos toque actuar”.
Construir entre medianeras
Si bien Sardin y Del Puerto aún recuerdan la torre Blanca de Mongolia como un desafío especial para el estudio por ser el primer edificio que proyectaron para ese país, en un paisaje atípico con extremas condiciones climáticas y una cultura muy distinta de la argentina, reconocen que la mayor parte de su producción son edificios de vivienda colectiva de escala media, ubicados entre medianeras.
En la mayoría de los casos, “la arquitectura de Buenos Aires se caracteriza por ser entre medianeras, por lo que el desafío es poder generar una arquitectura de cierto valor a partir de condicionantes tan estrictas”, dice Del Puerto y agrega que “además de estar acotados por la forma y dimensiones de los terrenos, se suman las condicionantes propias del mercado y de la normativa vigente, que es bastante restrictiva”. Sobre esto último se refiere a la modificación del Código Urbanístico, con la incorporación de las Unidades de Sustentabilidad de Altura Baja 1 (USAB 1) que, al no incluir la limitación del Factor de Ocupación Total (FOT) que tenía la normativa anterior, restringe los espacios vacíos que permiten una construcción esponjada. “Si bien no es una prohibición sino una elección, la tierra se valoriza en función de la constructividad máxima, y los desarrollos tienden a construir lo máximo posible haciendo que se pierda la cualidad espacial que se tenía antes y que fue muy importante en el desarrollo de ciertas zonas como Parque Saavedra, Coghlan o Núñez”, detalla y opina que sería deseable introducir un ajuste al Código para estimular la decisión de hacer “espacios abiertos dentro de la masa construida”.
Afirman que “las limitaciones en superficies y recursos son parte de las condicionantes” con que se encuentran en cada proyecto”, por lo que intentan “hacer el mejor uso posible de los recursos disponibles” con la convicción de que es “importante ser críticos con respecto a la arquitectura que comúnmente se desarrolla en nuestra ciudad”. Teniendo en cuenta que “a veces parecemos habitar confinados en rígidos espacios que nos limitan en nuestra forma de vivir”, ambos arquitectos coinciden en que “hay que generar un camino a contracorriente de ciertas lógicas típicas del mercado que impone sus soluciones plagadas de prejuicios”.
Como ejemplo que representa esta forma de pensar la arquitectura, mencionan el edificio Maure, en el barrio de Colegiales en la ciudad de Buenos Aires. “Se trata de un edificio residencial de planta baja y 6 pisos con 12 departamentos en total. La propuesta se basó en generar plantas libres de columnas y vigas, habitáculos de 6,50 m x 9 m con un baño exento de forma circular, como único punto fijo”, describe Valeria y menciona que “esto posibilita una gran cantidad de armados, habilitando unidades de 1 dormitorio, 2 dormitorios, tipo loft y todas las combinaciones intermedias. Además, la vivienda puede ir mutando con el tiempo, a partir de rápidas y limpias pequeñas reformas. Así, unidades de 3 ambientes pasan a ser de 2 con la partida de los hijos; o se puede realizar la incorporación de un nuevo espacio con el arribo de trabajo al hogar”. Este desafío, que surge principalmente a partir de las múltiples formas de vivir en nuestra sociedad, lleva a “deconstruir el concepto de tipología inmutable para la familia típica”, comenta la socia del estudio de arquitectura.
La filosofía del estudio propone una arquitectura
Hacedora de paisajes,
on la articulación y equilibrio entre los componentes artificiales, típicos de la realidad construida, y los orgánicos. La vegetación, considerada un material más, es parte fundamental de susobras. Los edificios son seres vivos que se transforman con el tiempo y las estaciones, a partir de cambios de floraciones y perfumes que enriquecen la vida de sus habitantes y nos recuerdan los ciclos naturales.
Nuevos habitantes y formas de habitar
Independientemente de la superficie con la que se cuenta para levantar un edificio, hay una premisa que Del Puerto-Sardin no resigna: generar un espacio amigable para vivir, integrando y revalorizando el entorno. Este concepto es compartido por los nuevos habitantes de la ciudad que, sobre todo a partir de la experiencia de estos meses de pandemia, “valoran especialmente la calidad de los espacios interiores y la existencia de expansiones abiertas al sol y a la brisa. La presencia de la naturaleza en espacios propios y compartidos con los demás habitantes es muy apreciada”, aseguran. Además del balcón, que es algo cada vez más requerido, se proponen palieres abiertos y espacios que generen un vínculo con el medio ambiente. A su vez, muchos usuarios están optando por este tipo de viviendas al tener la ventaja de no contar con grandes amenities ni gastos de mantenimiento y, en algunos casos, son autoadministrables.
Otros criterios muy buscados, y que involucran tanto a usuarios como a arquitectos, son los de sustentabilidad en la construcción, el uso de sistemas pasivos para reducir el consumo energético, y estrategias de diseño que minimizan el impacto de la construcción y el mantenimiento. “En el caso de los desarrolladores, algo que nos piden es incluir terrazas o amplios balcones en los proyectos”, dicen.
Fieles a su filosofía se proponen, a través de la reinvención del espacio urbano, generar el mejoramiento del entorno haciendo que sus edificios revaloricen la cuadra y el barrio. Desde la arquitectura, Del Puerto y Sardin entrelazan sus personalidades para hacer realidad el deseo de que “el paso de los transeúntes se desacelere para sentir que un nuevo edificio aporta un nuevo jardín a escala monumental, un nuevo paisaje urbano con empatía”.